En aquellos tiempos del siglo XVI se desató una euforia por la infraestructura religiosa. Se construían grandes y suntuosos templos, muy finos y elegantes. Se hacían grandes inversiones y se disponía de recursos casi ilimitados extraídos del sudor, las lágrimas y la sangre de un pueblo que pasaba hambre, que estaba sumido en pobreza y que sufría violencia desde diferentes flancos.
Lo paradójico de este auge arquitectónico religioso, era que mientras más templos se construían, más se alejaba la Iglesia de la Biblia, mientras más “lugares sagrados” iban apareciendo, más cerrada permanecía la Biblia. Se le daba prioridad a la celebración, a la liturgia que dirigía el clero, a los cultos que ocurrían en el templo, pero que no alcanzaban para llegar a la casa, ese fuego extraño que solo ardía cuando caían las monedas en el cajón de las ofrendas, pero en la realidad, lo que había era ignorancia y malignidad.
Se repetían los mismos clichés teológicos, dogmáticos, aburridos, sin sentido, antibíblicos y hasta satánicos. Se amenazaba con el infierno y la excomunión a los cristianos que no se sometían a las tiránicas disposiciones del clero. En muchos lugares, la asistencia al culto se convirtió en un desfile de modas dominical, reservando los mejores lugares para el que llegaba vestido de seda, aunque llevara el corazón podrido y la conciencia cauterizada.
La historia muestra que en muchas congregaciones se abría muy poco la Biblia, y así la congregación queda a expensas de la tiranía hermenéutica de un liderazgo soberbio e incuestionable, que en su intento de la monopolizar la verdad, negaban al pueblo de Dios las verdaderas enseñanzas contenidas en SÓLO LA ESCRITURA, insistiendo en dogmas infundados, nacidos de su propia ignorancia, o peor aún, en sus más aviesas ambiciones.
El planteamiento de los reformadores fue insistir en SOLA LA ESCRITURA. Lutero dijo «toda enseñanza que no se encuadre en las Escrituras debe ser rechazada, aunque haga llover milagros todos los días» Y al decir aquí «encuadre en las Escrituras» es una clara referencia a la exégesis y hermenéutica profunda, seria, obtenida en mucha oración, temor y diálogo contextual.
En nuestra actualidad, debemos recordar que la religión cristiana sin el conocimiento bíblico adecuado produce una serie de expresiones sectarias que distan muchísimo de la esencia de fe y conducta que en la Biblia se describe. Al carecer de la cimentación bíblica, la tendencia normal es una fuerte inclinación al misticismo y expresiones folclóricas de una creencia vacía, sin sustancia. Todo esto hace del cristianismo sin Biblia una religión de misterio, casi gnóstica u ocultista. Al abandonar las Escrituras, se convierte el evangelio en una filosofía de vida moralista repleta de condiciones y reglas que, en lugar de liberar y transformar para bien a las personas, termina oprimiéndolas.
En aquel tiempo de la Reforma, el conocimiento bíblico causó un efecto libertador, rompió cadenas y trajo un nuevo aliento a las personas, a las familias, sociedades y naciones. En nuestros días, la Biblia sigue siendo una urgente necesidad, pero más que sólo el libro, como un objeto de religión, es nuestra interacción con su contenido, es nuestra disposición a para creer y vivir cada una de sus enseñanzas.
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